Si En la “Metamorfosis” de Kafka Gregor Samsa despertaba convertido en un insecto, en “El Borrón” su protagonista es atacado por una mancha de tinta que quiere apoderarse de él, de sus gestos y de sus palabras.
Pongo en paralelo ambas historias porque pese a desarrollarse por derroteros distintos el punto de partida de las dos es el mismo: El estigma de proporciones fantásticas que convierte a su víctima en un paria. La anomalía de dimensiones esperpénticas sirve en ambos casos para relatar el rechazo social.
Un hecho exagerado que raya en la absurdidad absoluta (una mancha que se propaga por el rostro, la boca, que inunda el contexto, que destroza todo lo que toca) sugiere todo un continuo de dudas existenciales y, lo que es más destacable, el insólito y sin sentido origen de la “enfermedad” se convierte en el vehículo perfecto para esbozar una interpretación bastante racional de nuestra realidad.
La pesadilla del “Borrón” estructurada en tres partes y sin apenas diálogo, destaca por la capacidad de sorpresa que genera su lectura: aunque todo parece estar dicho en las primeras páginas, Tom Neely consigue girar la tuerca del “más difícil todavía” en cada uno de los capítulos con una habilidad pasmosa, hasta llegar a un nivel de sadismo brutal -atención a la paliza que se despacha a si mismo el protagonista, quizás uno de los momentos más violentos de la historia del cómic- que por suerte cae en picado en aras de un final esperanzador que evidentemente no desvelaremos aquí. Aunque, dicho sea de paso, el final es lo de menos ya que en esta historia (al igual que en la “Metamorfosis”) lo importante es el recorrido; el “viaje” al horror, y no tanto el destino o la conclusión del mismo.
A medio camino entre los primeros dibujos de la factoría Disney (el protagonista tiene un aire al ratón Mickey en sus ojos y de hecho luce los mismos guantes que el famoso personaje) la tiras de E.C. Segar y las raquíticas siluetas de Giacometti, “El Borrón” es la sorprendente opera prima de Tom Neely. Un autor fuertemente influenciado por el impresionismo y el surrealismo de Magritte, como acredita el planteamiento gráfico de las potentísimas viñetas de esta inquietante historia que es desde ya un título referencial en el noveno arte.