Parece que tras varias intentonas de traer a España una buena edición de Madman, el personaje de Michael Allred y familia, va a ser Planeta Cómic la que se lleve al gato al agua publicando el primero de los tres integrales con los que Dark Horse ha recuperado a serie (ya fue uno de los que lo intentó en el pasado, por otro lado). El volumen 1 es algo ya a celebrar, pues recopila y ordena todo aquellos que se ha publicado (mal, tibiamente, a cuentagotas) en nuestro país, y aporta inéditos en lo que será una edición integral del personaje-tótem de Allred.
Pero hablemos del Hombreloco. Michael Allred (1969, Roseburg, Oregon, E.E.U.U.) forjó con este personaje un cruce (en absoluto) imposible entre los cómics que alimentaron su niñez y el indie que estaba abrevando en su juventud. Entre la chispa de la primera Marvel y la edad dorada de DC, y las ganas de rebosar personalidad autoral y cultura trash, creará este antihéroe. Madman es, más que otra cosa, un motor de historias, un imán alrededor del que gravitan una galería de personajes pop encantadores y relatos que nos retrotraen a la serie B clásica. Son aventuras de dinamismo ditkiano, y cierta querencia por el primer Charles Burns y el estilo gráfico de Daniel Clowes se palpa en el dibujo de Allred. Un batiburrillo de cuya maceración resultó uno de los tebeos más extravagantes de la historia. No incomprensible, al contrario: la lectura es vertiginosa, (Marvelizando la acción hasta extremos casi incontrolables) pero diáfana. Sencillamente se mueve entre dos polos tan opuestos que descacharra. Pocas lecturas vas a hacer este año más pop, posmodernas, naive y al tiempo con un poso de alegre retorcimiento (el que aplica Allred a sus argumentos, sin ir más lejos). Todo por supuesto propulsado por un ilustrador soberbio ya desde sus inicios (aunque es gozoso poder apreciar en un único tomo su fantástica evolución) y un color de Laura Allred que merece una estatua en la plaza de su pueblo.
Así pues, ¿es todo glorioso en Madman, una ambrosía de arte en cómics? Sí y no. Es evidente que la lectura hoy (y más en este formato ómnibus) puede ser de digestión pesada, que se atragante. Es un festín, pero uno barroco y cinético al tiempo, como leer un tebeo de Clarence Charles Beck dentro de una lavadora en programa de centrifugado mientras suena bubblegum pop acelerado. Pero no por ello deja de ser historia del cómic, y necesaria su edición.