La editorial Dibbuks se afianza paso a paso como referencia en la publicación de Cómic franco-belga en nuestro país. Al esfuerzo de adquisición de los derechos españoles de Spirou, le siguieron los correspondientes álbumes del personaje incluyendo los clásicos anotados en blanco y negro, su encarnación actual a mano de talentos como Émile Bravo o la famosa versión pirata del autor que hoy nos ocupa, Yves Chaland (Lyon, 1957-1990). 

El mismo formato apaisado a la italiana con que se nos había presentado esta última se retoma aquí para agrupar sus tiras de El Joven Alberto, originalmente publicadas en Francia y en España durante los años ochenta en el legendario magacín Metal Hurlant; concretamente – como recuerda Jean-Luc Fromental – en la “mitad inferior de la tercera página de cubierta, lo que en la jerga de artes gráficas se llama el faldón” o, en el lenguaje de las tiras de prensa, topper. 

Nacido como personaje secundario y sidekick en las aventuras del detective Bob Fish, finalmente Alberto se emanciparía para protagonizar esta serie claramente encuadrada en la extensa tradición cómica de la picaresca infantil. En consecuencia, sus episodios forman un cierto teatrillo punk de la crueldad al conjugar la herencia de la tradición del humor físico o slapstick del cine mudo con un distanciamiento postmoderno a través de diálogos voluntariamente pedantes y cínicos como “La justicia popular tiene sus detractores, ¡Pero tiene el mérito de ser espontánea y sincera!” o el choteo de los valores tradicionales como la patria, el trabajo y la familia.

El consenso crítico, más que justificado, otorga el oro en el podio de la línea clara franco-belga de los años ochenta a Yves Chaland con probables accésits de Ted BenoitSerge Clerc. Con todo, para ser precisos, su dibujo se encuadra – antes que en la estela del creador de Tintín – en el estilo Atom, caricaturesco y dinámico, de sus maestros JijéAndré Franquin. Si por algo sorprende gráficamente hoy El joven Alberto – especialmente en relación al anterior Spirou pirata – es por su magnífico uso del color, singularmente en las escenas nocturnas, y por su ostentación pop consciente de la trama Ben-day. Cabe recordar que, en paralelo al comienzo de esta serie, el lionés ejerció de colorista en El Incal Negro (1981). 

Por todo ello, al aficionado de Chaland, El Joven Alberto se le presenta como un festival para los sentidos aderezado con numerosos guiños al Noveno Arte – Spirou, Hergé, la serie de Los casacas azules… – en espera de que Dibbuks se anime a continuar el proyecto integral truncado de Freddy Lombard, cuyo último álbum F-52 todavía permanece inédito en castellano.